6 mar 2009

Ezio Neira

Con bastante retraso y después de estar más de un mes sin computadora operativa, regreso para publicar algunas entradas pendientes, empiezo por esta de mi amigo Ezio Neira en su blog

gracias Ezio

Enero 26, 2009

El recolector de chapitas

Categoría: Uncategorized ezioneyra - 11:42 pm

Ya no recuerdo cuál fue la primera vez en la que el escultor Víctor Castro me dijo que se iba a dedicar a recolectar chapitas. Creo que fue hace dos años, quizá un poco menos. Recuerdo el lugar, eso sí: Drama, en donde antes estaba su taller. No sé tampoco si Víctor sabía exactamente qué quería hacer con tantas chapas recolectadas, pero parecía tan seguro de la importancia de su empresa que no quedaba otra que tomársela en serio, o al menos aparentar que así era. Tampoco tenía una cantidad en mente. La recolección no tendría límites. Podrían ser cien mil o un millón o decenas de millones. Lo importante era recolectar. Recuerdo que le pregunté, como le deben de haber preguntado tantísimas personas, cómo se las iba a ingeniar para conseguir tantas chapas. Fácil, me contestó, se trata de formar una red de personas que colabore con la recolección. En los días posteriores, varios puntos de la ciudad (y poco a poco de otras ciudades, y de otros países, según tengo entendido) empezaron a llenarse de stickers en los que se pedía ayuda para seguir recolectando más y más chapitas. Había también varios pequeños lugares de acopio en donde uno podía ir y dejar las tapas de las gaseosas o de botellas de agua o de lo que fuera que uno hubiera bebido recientemente. De lo que se trataba era de reciclar y de recolectar, partiendo de la idea de que ya que las tapas de bebidas se tiran a la basura, por qué en cambio no aprovecharlas como material para hacer arte. Algo así de sencillo y de inteligente. Con el correr de las semanas, la cantidad de chapitas recolectadas fue incrementándose hasta que empezó a ser difícil seguirle la cuenta.

Dejé de ver a Víctor por unos meses cuando me vine a Providence. Sólo estuve con él una noche en que vino de visita en marzo del 2008. Tomamos dos cervezas, recuerdo, y comimos en casa de una pareja de amigos. Me pareció increíble cómo el proyecto había crecido tanto. Él mismo no sabía cuántas chapas tenía, pero creo que ese dato ya había dejado de ser el más importante. Lo que realmente indicaba el éxito de su proyecto era que cada vez más gente había empezado a colaborar. Le mandaban mensajes a su blog preguntando por lugares de acopio, desde otros países le preguntaban cómo podían hacer para enviar sus chapas. Sentí que se había generado algo así como una adhesión colectiva a su proyecto. Colaboras o no, podría haber sido la pregunta que diferenciaba a los unos de los otros. Y, no obstante el enorme crecimiento que tenía, Víctor parecía tener siempre todo bajo control. Muy relajado él, nunca pareció estresado con la interminable labor de llenarse la vida de chapitas. Sólo quería más. Las tapas seguirán llegando, se decía, hay que seguir recolectando. Y como no tenía límite, la labor podía ser interminable. A la mañana siguiente tomamos desayuno y me contó que su deseo con estas chapas era trabajar un grupo de esculturas en un espacio público. “Quiero que sean decenas de contenedores de vidrio. Enormes contenedores”, me dijo, y luego del desayuno lo acompañé a tomar el bus que lo llevaría a Boston para luego tomar el vuelo rumbo a Lima.

La siguiente vez que lo vi fue en julio o agosto pasado. Lo fui a visitar a su taller, ahora un gran espacio de una vieja casa en Chorrillos, y pasamos la tarde conversando y luego, supongo que sólo Víctor sabe por qué, acabamos metidos, tratando de navegarlo, en uno de los pequeños botes que están frente al terminal de pescadores de Chorrillos. Para entonces, la cantidad de chapas ya era incontrolable. Me parece que tuvo que alquilar o pedir prestado un espacio destinado únicamente a almacenarlas. En su mismo taller había unas cuantas bolsas enormes llenas de tapas rojas, verdes, azules, amarillas. Por mi parte, desde mi más honda inocencia y búsqueda de practicidad, sólo atiné a preguntarme cómo haría Víctor para transportar todo lo que había ido recolectando.

Hace pocos días recibí un correo en donde me decía que lo había logrado. Había podido instalar 121 contenedores con alrededor de siete mil chapitas en cada uno en el parque Salazar, en Miraflores, y la verdad es que el trabajo, por las fotos que he podido ver en el blog, parece magnífico. Él mismo la ha definido como una escultura monumental y social (supongo que este último adjetivo hace referencia a que el de la recolección fue un trabajo colectivo). Es como si esta enorme pieza de arte estuviera firmada por Víctor Castro pero también por sus decenas de miles de colaboradores. Lo monumental no sólo está en su tamaño y en su carácter público, sino también en la tan buena manera como se introduce en el paisaje, embelleciéndolo. Vale la pena, cuando se lee el blog, revisar el proceso desde su inicio. El archivo es amplio y nos hace ingresar de lleno en la gestación de este trabajo. El primer post lleva como título “2002″ y se refiere a las primeras 2002 chapitas que recolectó. Nada mal para un comienzo de lo que luego sumaría alrededor de 850,000. Esta obra de arte, desde luego, no acaba aquí. Es posible que estas chapas formen parte en algunos años de un trabajo aún más grande y ambicioso. Me pregunto cuántas chapas podría recolectar Víctor en unos años y, sobre todo, qué trabajo hará. ¿Cubrirá la Costa Verde de chapitas? Ojalá.

En la foto: vista de noche del trabajo de Castro.

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